sábado, 22 de diciembre de 2012

SAGRADO INVIERNO 2012







SÍ 2012


                                     Jose Manuel Chamorro

Clara Janés
Antonio Colinas
Chantal Maillard
José Luis Puerto
Luis Carnicero
José Mª Muñoz Quirós
Ester Folgueral
Jesús Losada
Carlos Aganzo
Fermín Herrero
Asunción Escribano
Raquel Lanseros







Clara 
Janés
Barcelona, 1940

PRESAGIOS DE DICIEMBRE

Aún velado de niebla,
ya nada teme el campo:
el árbol susurra la inmensa piedad
de la permanencia,
la corneja siniestra repliega
mansamente sus alas
y la rosa
estalla en un himno de gozo
y anuncia
la irrupción de la luz
en la negrura helada.




Antonio 
Colinas
La Bañeza, 1946

CANCIÓN DE INVIERNO

Aunque esta Navidad no descendiera,
con su manto
de silencio,
la nieve
y no crujiese el pie sobre la escarcha
del vacío del mundo;
aunque huyesen los labios del amor
hacia el abismo
de la noche,
aquí están mis dos manos
temblorosas encima de las llamas
y los ojos ardiendo en el refugio
(tan tierno) de la piedra.

Unidad la de ser
en el ser de la llama.
Hasta el aire está ardiendo
en mi respiración,
aunque un destello amargo (el de vivir
en los límites)
desee congelarnos.
¡Lo sagrado es tan cierto en estos días:
en el año que muere,
en el año que nace!

Hora de oro, don
de lo divino
en lo humano.
Aunque nieve en la llama.




Chantal
Maillard
Bruselas, 1951

NO ES TRISTE MORIR

No es triste morir: es solamente el dedo del invierno
reconociendo los cuerpos que se duermen.

El largo y húmedo sonido de las caracolas acompaña
las llamitas embarcadas sobre hojas de baniano:
ofrendas que viajan río abajo con la corriente o se
quedan detenidas al costado de una barca. Nada
muere en Benarés, todo se acompasa al ritmo
del fuego, del agua, de la tierra. Nadie muere en
Benarés, morir es otra manera de estar vivo. Aquí se
suspenden los cuentos tristes y los rituales trágicos.
El tiempo deja de rendir tributo al pasado, se vuelve
puro acontecer, eternidad que cabe toda entera en
la mirada, eternidad de aire y de piel, de sonido.

La vieja brahmana tose a cortas sacudidas. Los búfalos,
hermosamente lentos, se sumergen en el Ganges.
Todo es simultáneo.

No sé si el sol saldrá mañana redondo y rojo como el
betel cuando se muerde, no sé si algún niño nacerá
en Benarés con los ojos abiertos, no sé si en la serena
mirada de las vacas la ciudad se reflejará más suave,
más amable. Son extraños los males que los hombres
inventan y es tan simple la muerte como el roce de
un silencio cuando la luz se apaga.




José Luis
Puerto
La Alberca, 1953

CON TODO LO QUE NACE

Vivir en el silencio
Y esperar que la noche manifieste
La melodía blanca de la luz
En que viven por siempre las estrellas.
Esperar que el fulgor del nacimiento
Arda sobre unas pajas
Silenciosas, solares.

(Melodías del ángel en la noche
Cuando su voz susurra
A los pobres pastores de ganados
-Siempre los más humildes, los atentos,
Oyen lo más hermoso-
Que un niño trae una nueva edad
Que cambiará la vida).

Vivir en el silencio de la noche,
En el fulgor callado de lo blanco,
En la espera del Dios,
Y latir al unísono
Con todo lo que nace
Y vivir en la luz
Con todo lo que arde




Luis
Carnicero
La Bañeza, 1953

ICONO
              esa Mujer
                              morando el relente
reflejando en sus ojos pájaros mudos
con el horizonte urdiendo dudas de sol
en la oscura soledad del mundo en ruinas.

Dejándose rozar por blancos Silencios
van creando sus dedos templos humildes
destellos en cruz donde el Ángel del gozo
extiende la Estrella horadando la nube.

Le inquietan la grama y la fiebre del mal
que ensombrecen con odio la Hoguera del aire
pero reza en el musgo que bebe del hielo
                                  gotas muy dulces
alientos creados por palabras ardiendo.

No duerme. Respira.
Don del frío su voz enterrada
es latido en la noche.

Y dada al vuelo de leche
                                      al alumbre
de la conjunción que ansía ser brote
una música envuelve
con savia de Nieve
el corazón
el tallo
la roca.

AH DE LA LUZ




José María
Muñoz Quirós
Ávila, 1957

LOS DÍAS DEL RETORNO

                                                     “Como el niño que se ha quedado solo”.
                                                                                                                       L. Rosales

Se nos van escapando de las manos
que han atrapado el frío entre las ramas
del árbol de los sueños. Han dejado
la noche enjalbegada de silencio.
En el musgo se esconde la nostalgia
cuando la ausencia aleja de las cosas
las huellas que perduran tristemente.
Una música dulce nos habita
el corazón y duele. El tiempo elige
ser el reflejo manso de los días
ensombrecidos de palomas. Madre
está ya recogiendo los manteles.
En el bosque del alma crece el fruto
de la luz atrapada en lo inmediato
de la memoria que regresa. Padre
corta las rebanadas del recuerdo.
Solo queda de todo lo vivido
un niño dormitando entre las rosas
de un jardín invisible donde cantan
los pájaros despiertos. Van llegando
lentamente en su vuelo silencioso
las palabras ausentes de la infancia.



Esther
Folgueral 
Ponferrada, 1961

LA ESTRELLA FUGAZ

Marcar un horizonte y caminar hacia él. Los viejos
caminos desaparecen. Esta noche el Tiempo, ese
ladrón con manos, robará estrellas para mí, y las
dejará escondidas en mis bolsillos. Y mañana, cuando
busque las llaves o un pañuelo, saldrá una luz brillante.

Pequeños dioses
con las vértebras en la oscuridad,
y un sueño descalzo.

Los árboles nos adelantan y digieren nuestras miserias.
Sólo conozco diez mil sentidos para amar, pero una
sola razón infinita, que habla con la voz del musgo. Las
estrellas aparecen y desaparecen entre la bruma que
sube del valle. Un búho blanco sobrevuela el tejado
y nos protege. Cuelgo las manzanas del invierno.

Ni una hoja se mueve.
El árbol siempre verde.
El ángel siempre ángel.
El siempre viaje de la noche hacia el sol.

Y el búho se ha ido. Y enciendo velas en medio de
“la pequeña locura alrededor de ti” de las galaxias
girando como panderetas y tambores en el hogar. Y
duermo exacta en los caballos del tiempo, hasta que,
al amanecer, el espíritu del musgo vuelve a hablar
en mi boca. El recado, un año más, de limpiar todos
esos cristalitos que cuelgan del cielo.

Las viudas del sol, como luciérnagas de luto,
salen del sueño que canta en mis ojos
y arde



Jesús
Losada 
Zamora, 1962

NAVIDAD SILENCIO

Nieva sobre el círculo blanco de la memoria.
El bosque encierra una retorcida arquitectura de árboles

amordazados por los fríos del invierno.

Entre sus ramas el sueño oculto de los pájaros.

Cerramos la ventana.
Subimos las escaleras de líquenes.

Por los claustros respiramos la humedad apretada de las piedras.
El agua escarchada de sus fuentes.

Todo el silencio desnudo
bajo esta bóveda estrellada de diciembre.

…Después era la sopa caliente en el refectorio
y una letanía de afilados salmos resbalando lengua abajo
la música suave de la tarde avanzada.

No hay más luz, ahora, que este cántico de luz.

La claridad del amor que invade de astros y de verbo
el corazón nocturno
de quienes conocen este descifrar secreto de las miradas.

Y en el abrazo largo callamos.




Carlos
Aganzo

Madrid, 1963

Una vez más, el centro de la noche.
Su materia traslúcida, su lento
deleitarse en la ausencia de color.
Aleteo sin ruido de los ángeles
que no encuentran el rumbo
perdidos en el límite del frío.

He aquí el primer misterio:
cómo suena la música
sobre las caracolas negras del silencio.

Pero incluso la noche más hermosa,
la más larga y profunda,
la que más se embelesa
en el gozo secreto de lo oscuro
tiene también final.
Un final que ha venido
en el ampo amoroso de unas manos
que acarician los ojos,
los abren a la herida
de la luz primogénita del mundo.

Desconsuelo del frío que se rompe.
Los ángeles que encuentran
finalmente el camino de retorno
hacia el aire encendido.
La dulzura infinita
de las primeras lágrimas del tiempo.
El brocal del enigma, la esperanza
de poblar el fulgor.

El alfa y el omega del silencio.

NOCHE CALLADA




Fermín
Herrero 

Ausejo de la Sierra, 1963

No se puede matar a Dios,
como dijo Canetti, y eso es mucho.
El pájaro en la red, la nieve
en los caminos, un pedazo
de tierra, el hombre que buscaba
Diógenes. Siempre vi lo mismo
en el tiempo que me ha tocado
vivir y en el que me contaron.
El que trabaja con lo obvio
soy yo, lo que perdura es inmortal.
Y quien certificó el asesinato
expidió otra advertencia última:
que cuanto encuentra su palabra
ha fallecido para el corazón,
no tiene guarda ni cuidado,
se ha consumido para siempre.
En el jardín, vigila el mirlo; nieva
a rachas. Es un día de adviento,
caedizo, murrio, que reclama
reserva, adiós. Sería todo
si no fuese la nada, lo imposible.
No tengo aguante, la verdad.
En el portal aguarda la luz,
el júbilo, las nubes pasan.




Asunción
Escribano
Salamanca, 1964

LA MISERICORDIA

Tristeza infinita. Un humilde niño nace
en un desolado albergue del mundo,
precedido por delirios de palabras
y piadosas espigas de lumbre.
Desgarrado el frío enciende antorchas
en su lastimada carne de pesebre.
Un enjambre de seres pequeños lo custodian
y sosiegan. Solo el amor más grande
hizo fecundo aquel cegador invierno.
Desmedida la luz anegó en ese instante la tierra.
Cae la nieve perpleja sobre el aljibe del campo,
y se oye el fragor acorde de pastores y rebaños
mientras se amansa el viento y el futuro…
Alegría infinita. Sigue descendiendo
la nieve en este otro lugar del universo,
más de dos mil años después. Sobre la ciudad
y sus desvaídas luces de mentira tirita la esperanza.
Todo es ya siempre aquel fulgurante momento.
Todo es misericordia. Verdad, Belleza y Bien
en los que se sostendrá por siempre el tiempo.





Raquel
Lanseros
Jerez de la Frontera, 1973

CUANDO LOS NIÑOS CANTAN VILLANCICOS

Hubo un tiempo en que el musgo estuvo entre mis manos.

Acercaos…
parecía murmurar en las rocas.
El verde intenso es siempre guardián de la alegría.
Dicen que el musgo duele y acaso eso sea cierto
pero en la infancia el frío no existe todavía.

Yo tuve un cielo claro de abuelos y de estrellas,
una casa en solsticio y un rumor en el alma.
Con musgo construimos la noche más extensa
mientras el río tomaba al hielo por esposo.

Cómo no iba a dejarme hechizar por el fuego
siempre en el mismo sitio e irrepetido siempre.
Los ancianos del pueblo rememoraban cantos
tan hondos que sanaban a fuerza de ser tristes.

Ya no queda la escarcha ni el musgo ni el solsticio.
La claridad precisa del río es un recuerdo.
Cuántas veces la vida cambia hogar por sendero,
como niño por hombre y sonido por ruido.
He comprendido el tacto aterido del frío
tanto más despiadado cuanto que hiela dentro.

Bajo las noches largas del filo de diciembre
sigo buscando el musgo que me devuelva a casa.




José Manuel
Chamorro
Villademor de la Vega, 1949






 


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